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Una prórroga agónica para Netanyahu

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El presidente de Israel, Shimon Peres, dio este sábado 14 días más al primer ministro en funciones, Benjamin Netanyahu, para que intente formar gobierno, después de que el plazo inicial de 28 días haya concluido en fracaso. Las conversaciones con los posibles socios están estancadas desde las elecciones del pasado 22 de enero. Si para el próximo día 16 Netanyahu no ha logrado formar un ejecutivo, y a falta de otro candidato capaz de obtener la mayoría parlamentaria, los israelíes serán convocados de nuevo a las urnas. El retraso puede hacer que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aplace, o se replantee, su anunciada visita a Israel, prevista, para finales de marzo.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (en el centro). Foto: EPA

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (en el centro). Foto: EPA

En los comicios del 22 de enero, la alianza encabezada por Netanyahu (Likud-Beitenu, formada por la derecha israelí y el partido ultra del exministro de Exteriores Avigdor Lieberman) obtuvo el 23,2% de los votos (31 escaños de los 120 del Parlamento), un liderazgo insuficiente que obligó al primer ministro a tener que considerar alianzas. En los 28 días transcurridos desde entonces, Netanyahu solo ha conseguido forjar un pacto con la exministra de Exteriores Tzipi Livni, cuyo partido, El Movimiento (un conglomerado de seis facciones), le dio 37 escaños, lejos aún de los 67 que necesita para conformar una coalición estable.

Netanyahu tiene experiencia de sobra en el laberinto de las maniobras políticas, pero, como escribe Sal Emergi en El Mundo, esta vez parece estar “perdiendo la partida de póker ante dos novatos que han hecho de su alianza táctica su mayor virtud”. Los novatos son el partido centrista Yesh Atid (Hay Futuro) del experiodista Yair Lapid (19 escaños, segundo en las elecciones), y el partido nacionalista religioso Bayit Yehudi (Hogar Judío) de Naftali Bennett (12 escaños, cuarto en los comicios). Y el caballo de batalla son los judíos ultraortodoxos.

Tanto Bennett como, sobre todo, Lapid, exigen a Netanyahu que ponga fin a las exenciones del servicio militar de que disfrutan los ultraortodoxos desde la fundación del país, y que recorte las cantidades que otorga el Estado a esta comunidad. Netanyahu, sin embargo, insiste en querer incluir a los partidos ultraortodoxos (el sefardí Shas y el askenazí Judaísmo Unido de la Torá, principalmente) en su coalición. Por un lado, le han sido leales en el pasado; por otro, sus números darían más estabilidad a su gobierno frente a los otros integrantes de la posible coalición. El problema es que ni Hay Futuro ni Hogar Judío quieren sentarse en un ejecutivo donde estén también las facciones ultraortodoxas que desean mantener las exenciones al servicio militar y otros privilegios.

En resumen: El objetivo común de estos dos partidos ha puesto a Netanyahu contra las cuerdas. Si los ignora y se limita a pactar con los ultraortodoxos se quedará corto (la colición alcanzaría solo entre 55 y 57 escaños, insuficientes para gobernar), de modo que, a menos que opte por llevar al país a un nuevo proceso electoral ante la imposibilidad de formar gobierno, al primer ministro no le va quedando otra que rendirse: Una coalición con Lapid y Bennet le daría una mayoría suficiente, pero al alto precio de perder a sus aliados ultraortodoxos y de tener que ceder más poder. Y muchas más opciones no hay, ya que el resto de los partidos (el laborista, las formaciones árabes, el comunista Hadash y el pacifista Meretz) no tienen intención de participar en las negociaciones.

Otra cosa es cuánto de real tiene exactamente esa ‘alianza táctica’ entre Hay Futuro y Hogar Judío. Porque las coincidencias entre ambos partidos no van más allá de su oposición a las exenciones y su rivalidad con Netanyahu. Sus ideas sobre cómo “repartir la carga del Estado” (la expresión con la que Lapid suele aludir a poner fin a los privilegios de los ortodoxos) son muy diferentes, y tampoco están de acuerdo en lo que respecta al proceso de paz con los palestinos. El partido de Lapid cree que es necesario reactivarlo, mientras que la formación liderada por Bennet está a favor de mantener los asentimientos judíos en los territorios ocupados.

Ambos líderes son, también, muy distintos. Lapid, antigua estrella de la televisión y la gran revelación de las elecciones, es un centrista carismático, pero poco definido políticamente y más bien neoliberal en lo económico, aunque no tanto como Netanyahu. Bennet, por su parte, ha conseguido aportar al nacionalismo tradicional israelí un aire más moderno, más joven y más desenfadado, pero sus convicciones siguen siendo radicales. Se opone a la creación de un Estado palestino, apoya a los colonos (aunque trate de distanciarse de los más extremistas), y quiere “resucitar el sionismo” con “valores judíos”, pero sin comprometer por ello, siendo él mismo un destacado exmilitar, el papel fundamental, y sin excepciones, del ejército.

Los grupos religiosos son conscientes de estas diferencias y maniobran para salvaguardar sus intereses. Según una información del diario Maariv recogida por la agencia Efe, el partido ultraortodoxo Judaísmo Unido de la Torá envió un mensaje a Hogar Judío para tratar de contrarrestar la influencia de Hay Futuro en la coalición: “Ayudadnos a proteger las yesivás [seminarios talmúdicos, cuyos alumnos reciben subvenciones y están exentos del servicio militar] y os ayudaremos a proteger las colonias [en territorio palestino ocupado]“.

No les faltan motivos para verse amenazados como nunca antes. Las demandas de Hay Futuro han encontrado mucho eco en una clase media laica israelí cada vez más cansada de que los ultraortodoxos no estén obligados a participar en el ejército, no tengan que educar a sus hijos con los programas escolares del resto de los niños, y no necesiten ganarse la vida trabajando, gracias a las ayudas sociales que reciben del Estado. El propio Lapid ha dicho que entiende que el estudio de los textos sagrados es parte de la esencia judía, pero que eso no debe ser una excusa para que los niños no aprendan matemáticas e inglés, los jóvenes no sirvan a su patria y los adultos no trabajen para mantenerse.

La situación de los ultraortodoxos y su dependencia de un Estado en el que, sin embargo, no están plenamente integrados, era, al fin y al cabo, una bomba de relojería que tenía que acabar estallando tarde o temprano. Son, junto con los árabes, la parte más empobrecida de la población, y mantienen un constante crecimiento demográfico (tienen una media de más de 4,2 hijos por mujer, casi el triple que la población judía laica).

Muchos ciudadanos israelíes, y especialmente los 543.289 que votaron a Lapid, tienen, además del asunto de los ultraortodoxos, otras preocupaciones en mente. Entre las más importantes, la falta de viviendas asequibles, el elevado precio de los alimentos o los altos impuestos que paga la clase media (el proceso de paz y la ocupación han quedado muy en segundo plano). Sin embargo, lo cierto es que, el final, son los ultraortodoxos y su exención del servicio militar lo que parece estar acaparando todo el protagonismo en esta larga agonía postelectoral.

¿Y dónde queda el antimilitarismo en todo este debate? En una sociedad como la israelí, muy lejos. Los que piensan que el servicio militar no debería ser obligatorio ni para los ultraortodoxos ni para nadie son, hoy por hoy, una pequeña minoría.

Más información y fuentes:



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